jueves, 22 de diciembre de 2011

el mundo que vemos frente a nosotros tiene tres dimensiones


Hé acudido a menudo a la psicología con el fin de buscar una explicación de ciertos aspectos de la historia de la representación pictórica; como pudiera ser el predominio de cierta clase de representaciones que se dan en muchos estilos antiguos, que han venido a denominarse como "imágenes conceptuales", cuyo mejor ejemplo lo encontramos en el arte egipcio. 
¿Qué hizo que estos artistas no representasen el mundo tal como lo veían?
O, en el mismo sentido: ¿por qué los niños o las personas con poca pericia se comportan, hoy en día, de la misma manera?.
La respuesta sería que el mundo que vemos frente a nosotros tiene tres dimensiones, mientras que, al representarlo, lo proyectamos en dos dimensiones sobre una superficie plana.
Cabría realizar un sencillo experimento que suelo recomendar con frecuencia:
Consiste en coger un lápiz e intentar dibujar sobre el cristal de una ventana lo que uno ve del exterior. Al realizar este experimento, nos vemos sorprendidos por el tamaño tan reducido que adquiere en la superficie del cristal la silueta del árbol dibujado. Y, sin embargo, cuando medimos el tamaño real del árbol con el lápiz, tal como suelen hacer los pintores, y lo comparamos con el tamaño del dibujo, comprobamos que la transformación producida por la escala es la correcta.
Para decirlo en términos técnicos y con brevedad, este ejemplo nos muestra la diferencia que existe entre la proyección y la percepción. 
Nos sorprendemos con esta diferencia de tamaños porque, después de todo, sabemos que la lente de nuestro ojo también proyecta una imagen del mundo exterior en nuestra retina. No obstante debemos recordar que no podemos ver nuestra propia retina; que es nuestro cerebro el que modifica el mensaje transmitido desde el ojo.
Hablando con precisión, el pintor no debe preguntarse cómo ve el mundo, sino cómo puede proyectar en una superficie plana aquello que ve.
Hay quienes piensan que el mensaje enviado por el ojo se transforma radicalmente porque en el acto perceptivo intervienen nuestra experiencia y nuestro conocimiento.
En consecuencia, si el pintor pudiera olvidar lo que conoce, concentrándose tan sólo en aquello que realmente percibe ––lo que se ha denominado como “el ojo inocente”–– , entonces podría reproducir fielmente el mundo visual.
La psicología de la percepción no acepta ya esta teoría.
El árbol nos parece alto porque realmente es alto. Hemos sido dotados de nuestra visión para orientarnos en el entorno, y no podríamos orientarnos si al movernos en ese entorno nuestros ojos no ofreciesen al cerebro una información exacta sobre los objetos exteriores.
Esta es la manera más profunda de tomar conciencia del mundo en tres dimensiones y lo que hace tan difícil trasladar ese mundo a una tela o a una superficie de dos dimensiones. 


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